Irene + Borja
El Cueto – Vidiago
La confianza y el feeling con Irene y Dubo fue total desde el primer momento y, tras varios cambios de fecha por las restricciones del Covid, por fin pudimos fotografiar esta boda tan especial y deseada. Una boda que tanto los novios como familiares y amigos esperaban con ansias de festejo y mucho cariño. Nada podía salir mal.
La ubicación de la boda no podía ser otra que el oriente asturiano, lugar de veraneo de Irene y su familia, comenzando en Naves y finalizando en Vidiago.
Borja, más conocido como Dubo, se vistió en Naves, frente a la iglesia donde, horas más tarde, daría el sí quiero. Apasionado de la sastrería, diseñó su propio traje al detalle, midiendo y escogiendo patrones y forros con su nombre bordado. Tenía clara la idea, su gusto y elegancia destacaba en cada pieza. El broche final y muy especial lo puso con la corbata, un complemento de su abuelo con gran valor sentimental que rehizo con un corte más actual.
Irene se vistió en la casa familiar que poseen en Naves y que tantos recuerdos guarda. Acompañada de su familia, y a la batuta de su abuela, se puso el esperado vestido cuya idea de diseño tuvo clara desde el primer momento. Y así lo plasmó la diseñadora Teresa Patiño, poniendo el toque especial en sus puños bordados con bieses de seda y piedras nácar de Estambul. La sorpresa vendría durante el baile, cuando Irene, fiel a su preciosa melena, se soltaría el pelo y luciría una diadema a juego con los puños, obsequio de la diseñadora.
No cabe duda, Irene y Dubo irradiaban elegancia, carisma, felicidad y, por supuesto, ganas de “sarao”. Todos sus invitados seguían un patrón idéntico dada la ilusión de una boda que llevaban esperando tantos meses.
Tras la ceremonia en la Iglesia de Naves pusimos rumbo a El cueto, en Vidiago. El cóctel estuvo amenizado por el grupo Muñeco Vudú, ya conocido por gran parte de los invitados, dando paso a los bailes y los abrazos desde minuto uno.
Por supuesto, los productos asturianos y especialmente la sidra no faltaron en ningún momento.
Tras la comida comenzaba el baile que, unido a unos invitados de lo más marchosos, hizo de la noche una auténtica fiesta ansiada tras meses de restricciones y espera. Se dieron paso la música y los bailes en un ambiente divertido y familiar hasta el amanecer.
Os resumo, una boda en la que disfrutamos cada segundo y donde los bailes, excepto en la iglesia, no cesaron en ningún momento.
¡Feliz vida y amor, pareja!
La canción